En Chile no llora nadie.

Hace poco más de una semana, una mujer siria, refugiada, fue atacada en plena calle, en la comuna de Macul. La prensa consignó que durante el ataque se le había quitado el velo (hiyab) que cubría su cabeza, en medio de consignas xenófobas. Tras el hecho, traumático a todas luces, la joven sufrió un aborto espontáneo tras 6 meses de gestación, y seis familias determinaron realizar una protesta frente a la sede de la ONU en Santiago, pernoctando en las calles mujeres, abogando por mejores condiciones de seguridad. Niños, mujeres y hombres, por casi una semana permanecieron fuera de la sede esperando una respuesta que parecía no llegar. Pero la presión mediática llevó a Alfredo del Río, coordinador de reasentamiento de la entidad internacional, a emitir un comunicado en el que, según consigna El Dínamo, afirma que la protesta le parecía injustificada, y que la reacción de las familias había sido exagerada dado lo aislado del episodio.

No es necesario detenerse a analizar la acción violenta e irracional que sufrió esa mujer siria. NO merece la pena gastar tinta en buscar un sentido a lo que no lo tiene. Las numerosas – demasiadas – voces antiinmigrantes que hoy circundan en el inconsciente colectivo, sustentadas en la ignorancia y la ausencia completa de empatía, además de esa influencia impertinente con que la prensa sensacionalista busca colmar de titulares atemorizantes los medios, no son más que el síntoma visible de una sociedad carente de valores, y que promueve la odiosidad contra todo aquello que resulte desconocido o simplemente diferente. Pero esto es cuento sabido.

Lo que debe llamar la atención, lo que nos debe al menos incomodar como miembros de esta institución, es que un representante de la ONU, por razones que aún no conocemos, se sienta con la autoridad de minimizar un hecho como este; que tenga la liviandad de acusar de sobrerreacción una pérdida tan dolorosa como injustificada; que piense que un grupo de refugiados, que huyendo de la guerra buscaron en Chile un lugar para reiniciar desde cero, sin conocer la lengua y sometidos a un programa deficiente de reinserción, puedan ser tratados como un “caso aislado”.

Entonces, ¿de qué hablamos cuando invocamos la tolerancia hacia el migrante? ¿Se trata nada más que de aceptar la presencia de esos Otros desconocidos, pero invisibilizándolos, obviando su presencia? ¿Se reduce la tolerancia a enseñar a nuestros hijos que cuando la curiosidad los invada por la vestimenta diferente y la lengua extraña de los migrantes, miren hacia otro lado y no hagan preguntas incómodas? ¿Podrá limitarse la integración a dejar que esos Otros sobrevivan en nuestro territorio pero que no lleguen nunca a sentirse parte de él? La tolerancia, claro está, tiene doble filo – ya lo anunció Žižek –, que bajo el alero del paternalismo aparenta equidad pero que a la vez mantiene el status quo social sin permitir que la minorías sean parte del entramado que nos reúne como nación, esa que hoy ha pasado a ser un imaginario enriquecido con más y nuevas culturas. Hoy fue el turno de los refugiados sirios, mañana puede ser cualquiera.

La ONU consigna, en su calendario de efemérides, el día 18 de diciembre como el día del migrante, y Chile, como país miembro, se hará presente en la festividad. No resultará extraño aventurar que en el evento sobrarán sonrisas para la prensa, maquilladas cifras alentadoras, actos institucionalizados de bondad, y uno que otro anuncio que resalte nuestros valores democráticos. Periodistas imberbes preguntarán a los refugiados cómo se sienten en el país huésped, y otros prepararán respuestas políticamente correctas para los oriundos, haciendo que los recién llegados no puedan olvidar, por más que lo deseen, que no son de acá, que son solo unos invitados de paso, que deben adaptarse a nuestra cultura. Con algo de suerte, un noticiero alternativo informará sobre las deficiencias del sistema, del racismo que impera y se niega a ser erradicado, de las dificultades de adaptación y la necesidad de aceptar lo diferente. Palabras de buena crianza más o menos matizadas que, al fin del día, pasan a ser discurso vacuo, y que quedará en el olvido y la inacción, si no nos mantenemos cerca y hacemos comunidad junto a esos sujetos que esperamos dejen de sentirse “refugiados”.

Autor: Tupac.

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