Masonería y espacio público: El debate en torno a la “escuela atea” en Chile 1872

Trabajo elaborado por Ivonne Cortes Quintana para la revista REHMLAC 2018.

El siguiente trabajo se centra en la polémica producida en la prensa a propósito de la fundación en 1872 de la Escuela Blas Cuevas, primera institución de carácter laico fundada por la masonería.

Para el análisis del debate, se utilizaron las cartas que fueron publicadas en los periódicos La Patria y El Mercurio de Valparaíso, la Revista Católica, El Independiente, y El Ferrocarril de la ciudad de Santiago entre los meses de noviembre de 1872 a enero de 1873.

Con ese material hemos reconstruido algunos aspectos de la polémica, los cuales dan cuenta, por una parte, de la resistencia de los sectores conservadores frente a la irrupción de la modernidad, en este caso del protestantismo y por otro lado la masonería, como también, de las estrategias que nuevos actores fueron desplegando para ganar protagonismo en la naciente esfera pública.

Nuestra hipótesis al respecto es que la masonería se vio beneficiada del debate, ya que a través de este logró darse a conocer en la sociedad chilena al mismo tiempo que le permitió alinearse políticamente con aquellos sectores del liberalismo que en ese mismo momento se encontraba en pugna con la Iglesia católica.

Nuestro artículo está compuesto de dos partes, en la primera, situamos el problema en torno al ideal de educación esgrimido por los sectores liberales y la utilización del espacio público para su difusión; en la segunda parte, entramos directamente al debate en torno a la Escuela Blas Cuevas dando cuenta cómo este se insertó dentro de un debate mayor como lo fue la pugna entre tradición y modernidad.

La educación como motor del progreso

A mediados del siglo XIX, la inestabilidad de los primeros años de independencia en Chile parecía haber quedado atrás, una vez instaurado cierto orden político y social, la elite dirigente se aventuraba a la consolidación de la República y a la consecución de lo que para ellos era el progreso y la civilización.

En el periodo, los intelectuales que se encaminaron en la construcción de la nación moderna, confiaban en que el tiempo conduciría al progreso del país, concebían que el uso de la razón y la práctica de las ideas ilustradas tendría como resultado una mejora material y moral de la República, lo que indudablemente derivaría en el bienestar de la humanidad. Uno de los caminos para estos fines fue la educación, presentada como liberadora del
atraso, por lo cual se propuso estimularla con toda energía ya que se pensaba que a través de esta se terminaría con la “barbarie”2. A través de la educación se formaría un hombre nuevo, ciudadano de la República. Si la virtud era el principal valor individual y colectivo, la educación era el medio idóneo para formarla.


En este sentido, el Estado chileno inició una intensa política de escolarización, como una medida de reforma social, con la finalidad de educar a la población en los principios de la modernidad. A partir de la escuela se buscaba formar a los ciudadanos en los valores de la patria, ya que el objetivo era cortar con los lazos comunitarios tradicionales hispanos y forjar unos nuevos basados en la racionalidad a partir de la cultura escrita. Se buscaba construir una sociedad de individuos que se comportasen racionalmente, tanto en el espacio privado de la familia como en el espacio público, identificado este último con la ciudadanía y la mantención del orden social.

La escuela sería, entonces, la institución a partir de la cual los individuos adquirirían los hábitos y conductas necesarias para legitimar el orden en la nación a partir de la racionalización y moralización de las conductas, lo cual significaba, erradicar las costumbres tradicionales por unas fundadas en una nueva moralidad.

Para la élite ilustrada, la mayor parte de la población no estaba a la altura del orden republicano, por ende, el impulso a la educación trataba de inventar al ciudadano difundiendo en la base de la sociedad los principios y valores de la Ilustración y promoviendo prácticas que contribuyeran a formarlo. Esto se tradujo en la creación y promoción de instituciones educativas y civiles, tales como asociaciones y clubes, ya que
estos eran considerados ámbitos ideales para el desarrollo de la ciudadanía moderna.

Según Ana María Stuven, la educación a lo largo del siglo XIX era el eslabón que unía al hombre pre republicano, ignorante e incivilizado con el progreso, por tanto era una tarea prioritaria del Estado, ya que ésta permitiría que las incertidumbres propias del establecimiento de un nuevo orden no se tuvieran que expresar con la desestabilización social. Por tanto, la educación funcionaba como un cohesionador entre el Estado y la nación, el gobierno y los gobernados.

De esta forma el nuevo orden social se iba articulando en la medida que también lo hacía la sociabilidad chilena. Así, la esfera pública se ensanchaba como consecuencia de la expansión del tejido asociativo y el universo de la prensa. Esta última fue una de las conductoras del debate en el espacio público, convirtiéndose en el espacio privilegiado para la polémica.

Esfera pública y el debate entre el liberalismo y la Iglesia católica

Durante este periodo, el liberalismo va marcando su hegemonía en los ámbitos políticos, culturales y sociales. A partir de la década de 1870 con el ascenso de los gobiernos liberales, se fueron sucediendo reformas constitucionales que apuntaban a la ampliación formal y legal de las libertades públicas y fue el ámbito de la prensa uno de los primeros en donde se hizo sentir el proyecto de modernización liberal. El periodismo
tuvo un notable desarrollo en esta década, momento en el cual comienza a configurarse la prensa liberal moderna, la cual tiene como principales rasgos su carácter informativo más que doctrinario y propulsor del debate en la esfera pública. En este periodo la publicación de periódicos tuvo un crecimiento explosivo, según Bernardo Subercaseaux, en 1840 existían 5 diarios y en 1880 más de cien.

Uno de los principales temas que suscitó profundo debate en la prensa fue el conflicto entre la Iglesia y Estado a propósito de la libertad de enseñanza, de hecho este elemento abrió el enfrentamiento entre la élite liberal y conservadora del país. Según Sol Serrano, el modo de concebir la escuela en el periodo detonó entre otras cosas, la discusión de la secularización del Estado y la definición de lo público como un ámbito distinto del religioso. El debate tenía su origen en el principio de libertad de conciencia, ya que los liberales abogaban que las personas que no pertenecieran a la religión católica pudieran practicar su culto y su enseñanza libremente, mientras los conservadores ultramontanos, se oponían a la tolerancia religiosa y dejaban como único espacio de disidencia el doméstico.

Como una solución parcial al debate, la ley estableció en 1865 que quienes no eran católicos podrían realizar su culto dentro de propiedades particulares y se les autorizaba a sostener escuelas privadas. Según la autora, el debate a propósito de la escuela y la ley de 1865, fue el primer paso legislativo hacia la secularización del Estado, el cual culminó con las leyes laicas de registro civil en la década de 1880 y finalmente con la separación de Iglesia y Estado en 1925.

En lo que respecta a la controversia entre la masonería y la Iglesia católica, esta toma nueva vigencia con la campaña antimasónica desarrollado desde el Vaticano por el Papa Pío IX, quien a partir de 1846 con la encíclica “Qui pluribus” comienza su cruzada, la cual se intensifica con la publicación de “Quanta cura” y el “Syllabus” en 1864. La razón aludida por el Pontífice tenía que ver con la supuesta maquinación que hacían las sociedades secretas contra el poder de la Iglesia y los legítimos gobiernos.

La causa contra esta “herejía” llegó a Chile gracias a la visita que realizó el arzobispo de Santiago, Rafael Valentín Valdivieso al Vaticano en 1859 y, en segundo lugar, la traducción de libros antimasónicos franceses al español, los cuales fueron difundidos por la Iglesia local apoyada por el sector conservador.

Valparaíso y la masonería:

A mediados del siglo XIX la ciudad de Valparaíso se fue transformando en el principal puerto del pacifico sur, debido a que concentraba gran parte de la actividad económica de la región. Esto permitió que se fuera constituyendo un espacio excepcional para la modernización de Chile a la vez que fue conformando un laboratorio de nuevas prácticas asociativas debido a la cantidad importante de inmigrantes que albergaba. Las comunidades de europeos y norteamericanos que se establecieron se convirtieron en un grupo de poder y agentes de modernización, no solo en materia económica, ya que encabezaban las actividades mercantiles del puerto, sino que también tuvieron un importante rol en la innovación de la sociabilidad haciendo de Valparaíso una ciudad cosmopolita que contrastaba con la tradición. Era una ciudad donde se manifestaba abiertamente la primacía del progreso, fundamentalmente de raíz protestante, por sobre la tradición religiosa.
Las primeras logias en Chile precisamente se establecieron en la ciudad de Valparaíso de la mano de los inmigrantes europeos radicados en el puerto, pero prontamente se fueron interiorizando con la vida nacional e incorporando a un mayor número de chilenos.

La logia L’Etoile du Pacifique, que trabajaba en francés y Bethasa que lo hacía en inglés, fueron los primeros talleres en funcionamiento, sin embargo, pronto se comprendió que, si la masonería no era cultivada y propagada por los chilenos que aplicaran las enseñanzas en su propia sociedad, la Orden no progresaría en el país. Por tanto, se comenzó a iniciar a intelectuales porteños de la mano del comerciante masón Manuel de Lima, quien planteó a las autoridades de la logia francesa la necesidad de fundar una logia de habla hispana, la cual se erigió bajo el nombre de Unión Fraternal, y comenzó a funcionar en Valparaíso en julio de 185316 bajo los auspicios del Gran Oriente de Francia. En el grupo
fundador, no había chilenos y en sus primeros años su presencia fue escaza. Sin embargo, al promediar 1854, la logia albergó a destacados miembros de la elite como José Victorino Lastarria, Jacinto Chacón, Juan de Dios Arlegui y Blas Cuevas. Además, se incorporaron importantes exiliados argentinos, como Domingo Faustino Sarmiento, Javier Villanueva,
Mariano E. de Sarratea, Jacinto Rodríguez Peña y José Manuel Moreno.

En uno de los discursos inaugurales de la fundación de la logia, José Victorino Lastarria dejó de manifiesto la concepción de masonería que se estaba impulsando, la cual era pensada como una escuela republicana para la moral y las virtudes:

Vosotros mismos tenéis pruebas evidentes de que el espíritu masónico y las virtudes que distinguen a este Taller no son ilusorios. Jamás la viuda, el huérfano y el hermano en desgracia han golpeado a nuestras puertas sin ser consolados, y los profanos ciegos que, por su mérito, han podido penetrar en este santuario, han encontrado pronto la ciencia y la luz que buscaban. Nosotros nos esforzamos por esparcir lo más posible esta luz, porque sabemos que sin ella no podemos asegurar el triunfo de la verdad, de la justicia y de la libertad! El mundo entero, y nuestra América sobretodo, tienen necesidad de esta luz para disipar las tinieblas de la ignorancia (…) de la mentira y de las usurpaciones de la ambición.

La masonería es una institución social que, por su propia esencia, tiene la misión de propagar la moral; y es necesario, entonces, que llegue a poseer la organización y el vigor de todas las otras instituciones sociales dedicadas a la realización de otras ideas fundamentales.

La Justicia está representada por el Estado, la religión por la Iglesia, la ciencia por la Universidad. Es, entonces, indispensable que la moral, idea fundamental también del género humano, tenga, como las otras ideas, su representante que se encargue de realizarla y de liberarla de la dependencia en que vive; y sólo la Orden Masónica puede llegar a ser ese representante. Y que no se nos venga a reprochar que los misterios y las fórmulas que empleamos se oponen a la realización de esta idea, porque son esos misterios y esas fórmulas las que dan a nuestra institución el carácter sano que la vuelve respetable y la preserva de los peligros de la vulgaridad.

Según Benjamín Oviedo, Valparaíso no solo fue la cuna de la masonería chilena, sino que habría sido un verdadero foco masónico, donde se desarrolló y creció la tendencia que dio lugar a los primeros Talleres y dilató su influencia a las ciudades de mayor importancia de la República19. De hecho, para 1855, las tres logias constituidas en Valparaíso, en conjunto contaban con alrededor de 150 miembros activos.

Dentro de los principales objetivos de la masonería de la época, estaba la construcción de una comunidad de filántropos que irrumpiera en el espacio público con obras que fueran en ayuda de la población más desfavorecida.
Para la orden, al igual que para la gran parte de la intelectualidad chilena, la educación era el principal instrumento del progreso, tanto individual como colectivo. Por ello en octubre de 1868 se fundó en la ciudad de Valparaíso una filial de la Sociedad de Instrucción Primaria de Santiago y como parte de su directorio se encontraban los masones Juan de Dios Arlegui, Benicio Álamos y Blas Cuevas Zamora, quienes se comprometieron a fundar una Sociedad destinada exclusivamente a fomentar la educación en la ciudad, específicamente la enseñanza básica en los sectores populares que no tenían acceso a la misma.

Fue precisamente en el marco de estas iniciativas que la masonería irrumpió en el espacio público con la fundación de la primera escuela laica.

Nota 1: Este artículo, se encuentra publicado en la Revista REHMLAC de la Universidad de Costa Rica

Nota 2: Para leer este trabajo completo, favor pinche aquí.

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