A 112 años de Simone de Beauvoir. La mujer que no escapo de sí misma.

Simone de Beauvoir, nace en París un 11 de enero de 1908.

Me molestaban por la postura. Cuando mis tías, mi mamá o mi abuela me veían mal sentada, con una caricia (más bien un rasguño suave) en la espalda, me hacían enderezar y me decían: “Te ves más delicada”. Con el tiempo me fui dando cuenta de que las pataditas, los gestos y los demás rasguños eran en su gran mayoría dirigidos hacia mí. Cuando mis hermanos se sentaban mal también los enderezaban, pero con el ánimo de que cuidaran su espalda. Tuve que poner mucha atención para que esos comentarios comenzaran a molestarme. Antes solo eran meras sugerencias “por mi bien”, y guardando las proporciones, recordé este hecho y lo relacioné cuando leí que muchas mujeres experimentaron algo similar al toparse con “El segundo sexo”, de Simone de Beauvoir: ninguna se había percatado de que podía decidir sobre su vida y que, además, ninguno de los mandatos sobre su feminidad se habían creado por su bien. Ahora, con 25 años, puedo contar con claridad las miles de veces en las que, desde afuera, alguien para salvarme me envió una frase de esta filósofa francesa. Situaciones en las que seguramente no estaba siendo libre o autónoma. También en las que, a pesar de no saber lo que había dicho la escritora, coincidieron perfectamente con mi noción de feminidad, que, muchas veces, tiene mucho que ver con la de ella, que publicó toda su obra en el siglo XX.

“Una mujer libre es justo lo contrario a una mujer fácil”, dijo Beauvoir, que tuvo una relación durante toda su vida con el filósofo Jean Paul Sartre, en la que acordaron que su amor era el único necesario, pero que no dejarían de abrirles las puertas a los “romances contingentes”. A las demás oportunidades para explorar otras pieles con las que se reafirmaran libres y lejanos a las reglas de los burgueses. Su historia se terminó con la muerte de Sartre, que posteriormente Beauvoir narraría en el texto “La ceremonia del adiós”.

Esa frase y esta historia me condujeron a las tantísimas veces en las que escuché a un hombre decir que una mujer era “fácil” porque había decidido estar con él, o peor, con las miles de ocasiones en las oí a una mujer decirle a otra que era una “vagabunda” por decidir qué hacer con su sexualidad. También me llevó a recordar las ocasiones en las que me frené por no saber qué hacer con la mía, y por miedo: me aterraba ser la fácil. No había entendido que me estaría convirtiendo en la libre.

“El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”, leí en un mensaje que me envió alguien por WhatsApp. Una persona que, justo hacía algunos días me había escuchado las historias durante tres horas sobre mis fracasos sentimentales y mi inestabilidad emocional. No sabía que esa frase era de la filósofa francesa, solo la leí y me sentí avergonzada, confrontada y muy impotente. Lo primero que pensé fue: “y cómo es posible que para mí el amor sea un peligro y para ellos no”. No entendía. Yo también veía que ellos sufrían, así que me parecía que era imprecisa. Mucho después, más bien ahora, entendí que si seguía permitiendo que me definieran como “la frágil” y la que hay que proteger, la ausencia de ese amor me dejaría inerme y perdida, como las tantas veces en las que me quedé dentro de un circulo tóxico por no estar sola. Luego conocí más de Beauvoir, y supe de su obsesión por ser capaz de pensar y por su independencia, que era lo único que le garantizaría su libertad. Se graduó de filósofa y se dedicó a enseñar para, además de continuar por un sendero cercano al pensamiento y a la intelectualidad, no depender de nadie que supliera sus necesidades básicas.

“Cada uno de nosotros es responsable por todo y por cada ser humano”, dijo Beauvoir, y entendí que nadie más tendría la culpa de mi desdicha si permitía que decidieran por mí. El “deber ser” del género femenino aún existe. Sigue siendo enseñado y promovido. Mi futuro para los demás se veía mucho mejor en un país extranjero que me garantizara los lujos básicos con los que podría decir que ya había progresado. También iba a estar expuesta a esos hombres con los que casarse podría ser un éxito y mis hijos nacerían con ciudadanías de un país del primer mundo: mi vida estaba resuelta.

Simone de Beauvoir, que murió en 1986, contribuyó a que, como yo, miles de mujeres decidieran sobre el asunto más importante y esencial: su destino, que siempre será incierto, pero que inevitablemente se verá configurado por los pasos que demos o dejemos de dar. Además de sus obras, esta mujer, a quien su padre para halagarla le decía que “tenía el cerebro de un hombre”, dejó su ejemplo. Habló de aborto, sexualidad, dinero, ideas y libertad, y, además de decirlo y escribirlo, lo soportó con coherencia.

Beaouvoir dijo las palabras que a mí me abrieron la mente para entender que mi vida solo sería digna si la convertía en lo que yo quería.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez / El Espectador Colombia.

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