Cuando el Sol se detiene, se anuncia el cambio.

En diversos puntos de nuestra geografía, la noche más larga dará inicio a los cantos, al sonido de pilfilcas, cultrunes y quenas. Los ceremoniales harán retumbar el suelo para elevarlos hacia el “río del sur”, al río de las estrellas que conforman la Vía Láctea que se inicia y termina en el Kalulche, el Naum Choyke o Cruz del Sur.

Larga noche que espera el amanecer, el que solo será anunciado por el Lucero del Alba, la luz de la mañana, el Wüṉyelfe.

Esta noche, desde el canelo se invocarán los cuatro puntos cardinales para la renovación de las fuerzas, las energías que requiere el mundo para su transformación, la tierra espera esta noche las ofrendas de la coca, el trigo, el maíz, la chicha, el mudai o el aqha.

El agua correrá sobre los cuerpos de hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, renovando el compromiso de respeto de la humanidad a la naturaleza, de la continua búsqueda del equilibrio, de la armonía cósmica, política, social, ambiental, cultural, la del territorio, la de los afectos y del corazón.

Durante más de 10 mil años, en cada una de estas noches largas se ha repetido el rito, conviviendo esta sabiduría secretamente entre nosotros, esperando ser develada para el buen vivir de la humanidad en la búsqueda constante de la armonía y el equilibrio. Principios filosóficos, morales y ritualísticos que han orientado a los pueblos que nos anteceden, y que generaciones y generaciones cargadas de ambición, prejuicios, xenofobia y endofobia se han preocupado de ocultar y denostar.

Hoy, este 2020, cuando toda la masonería universal espera celebrar una de sus principales fiestas, el Solsticio de Invierno, somos testigos, el registro viviente de una de las más graves crisis que la sociedad global ha experienciado estos últimos cien años, constatando tristemente, que la humanidad se resiste a re-conocerse como parte de la naturaleza, rompiendo así, el equilibrio y la armonía necesaria para la vida.

No obstante, la tierra porfiadamente, una y otra vez, nos recuerda que somos parte de este frágil ecosistema, que somos parte de ella como los árboles, las flores, los pájaros o los insectos.

Por ello, año tras año, la Masonería nos trae obligadamente al ceremonial del Solsticio de Invierno para recordarnos que somos parte de la naturaleza, de sus ciclos, que ella es nuestra madre, nuestra energía, el principio y fin de nuestro Arte Real, tal como lo han hecho los pueblos originarios durante miles de años.

Larga noche de muerte y renacimiento, nuestro continuo memento mori, esperando enlutados la luz fuente de toda vida. Nueve meses de Luz y tres meses de oscuridad, nueve maestros y tres malos compañeros, que nos apartan de la Luz.

Esta noche, esperan las semillas esparcidas por la tierra, esperan la pronta primavera, sabiendo que revivirán a la vuelta del Astro Invencible anunciando el verano, demostrando, con ello, la inmortalidad de la vida.

Larga noche que la tierra espera la profunda reflexión de una sociedad inoculada de ambición e individualismo, de profundas brechas provocadas por el egoísmo y la acumulación, la intolerancia, la xenofobia y la homofobia.

Larga noche que espera una reflexión y acción decidida de masonería, de amor y generosidad, de entrega y valentía por la humanidad, luz de esperanza no solo por esta tragedia de COVID/19, sino que, además, de una realidad que golpea de manera brutal a mujeres, hombres, niños y niñas, jóvenes y adultos mayores por la desigualdad instalada en nuestra sociedad.

Noche en que la masonería universal nos convoca a renovar nuestro compromiso con los principios y valores de la Orden; la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, de hombres y mujeres convocados y comprometidos en SER y HACER carne nuestros valores de trabajar por una sociedad más justa, solidaria, respetuosa de los Derechos Humanos y de los Pueblos, del Medio Ambiente, del respeto de la diversidad y la igualdad de género, de economías justas y equilibradas, siempre pensando en el bien común para el buen vivir de la humanidad.

Larga noche la que nos toca vivir, de ser testigos y actores, para volver, más pronto de lo esperado a brindarnos el más fraternal abrazo de hermanos.

Solsticio, en junio del 2020.

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