El día en que se conoció Cien Años de Soledad.

Por Maribel Acosta Damas/RL

Las líneas de comienzo de uno de los textos paradigmáticos de la palabra latinoamericana, marcaron para siempre la literatura y el auto reconocimiento del imaginario de los pueblos del continente…

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre… “

Fue el martes 30 de mayo de 1967 en que salió a la venta en Buenos Aires la primera edición de Cien años de soledad. Y solo tres décadas después se había traducido a 37 idiomas y vendido 25 millones de ejemplares en todo el mundo. A su salida a la luz en las librerías, el libro no tuvo ningún tipo de campaña publicitaria. La primera edición de 8.000 copias se agotó en dos semanas y comenzó su largo recorrido hasta hoy para hablarnos del devenir de América Latina y la constatación del realismo mágico como expresión literaria y de identidad.

A partir de ese día Cien años de soledad ha sido una andariega. La novela es la síntesis de la creación en la América Latina que le precedió y la premonición de lo que vino después. En ella están desde la poesía del chileno Pablo Neruda- tan estimada por García Márquez- hasta los caminos y retos de las propuestas de ese otro poeta que fue el intelectual peruano José Carlos Mariátegui. El propio Gabriel García Márquez en su Discurso de aceptación del Premio Nobel en 1982, que tituló La soledad de América Latina, dictaba:

“Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía… La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu, de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.”

Cien años de soledad marcó al autor y a su obra posterior como fresco inacabado que en cada nueva pincelada va dejando otra señal, otro destino. Y en cada nuevo libro del escritor, Macondo, sus poblanos, los recuerdos y los olvidos quitaron velos y encendieron velas a las pesadillas y euforias de Latinoamérica. En ese sentido García Márquez fue un misionero.

Y cuando Macondo pasó de ser aquella pequeña aldea en que las cosas no tenían nombre y había que señalarlas con el dedo, al pueblo junto que vio por primera vez el daguerrotipo, que enfrentó a prueba y error la epidemia de insomnio, que volvió a renombrar las cosas cuando una vez más la pandemia de la desmemoria por poco los asola; entonces Macondo, en su final incierto, estaba preparada para no repetir los cien años de soledad que parecían dictados por un destino que nadie conocía. Y el final de la novela no es más que el comienzo de otro tiempo.

“… Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”

Otro día, en un después de Cien años de soledad, el hombre que conoció Macondo mejor que muchos, sentenciaba:

“…Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía.”

América Latina no se ha cansado de buscar esa segunda oportunidad… la sigue buscando como el adagio guaraní del camino hacia el horizonte… El camino.

Fuente: cubaresumen.org

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